sábado, 15 de octubre de 2011

la amistad, valor permanente

Desde Galilea

Habíamos visto cómo dos tipos de reciprocidad daban lugar a dos tipos de amistad. Cuando nacía apoyada en el provecho, el placer o la utilidad (el bien útil), la amistad era más mundana. Como escribe san Jerónimo, no hay en ella nada cierto, constante ni firme; cambia según la fortuna y va detrás de la bolsa. Por eso se escribió: es amigo según el tiempo, y en el día de la tribulación desaparece (Eclesiástico 6, 8).

Esta descripción de amistad suena bastante fea. Sin embargo, como dice Elredo, una amistad así, nacida de un principio vicioso, muchas veces conduce a una amistad en cierto grado verdadera.
¡Esta es una buena noticia!

Por otro lado está la amistad que se funda en un bien verdadero, aquella que no comienza en la búsqueda de utilidad temporal ni en ninguna otra cosa exterior. A esta amistad la llamamos amistad verdadera, y su fruto, como dice Cicerón, no es otro que ella misma.

En esta amistad se camina progresando, y en ella hay un solo querer y no querer. Porque nada indigno pueden querer los que se aman, ni dejar de querer todo lo digno. Así, esta amistad está orientada por la prudencia, custodiada por la fortaleza, y moderada por la templanza.

Por eso dice también Cicerón que amistad es la virtud que une a las almas con tal vínculo de dulzura y amor de elección, que de varios hace uno solo. De allí que los mismos filósofos paganos colocaran la amistad entre las virtudes eternas, y no entre las fortuitas y caducas.
A lo que Salomón parece concordar cuando dice en los Proverbios: el que es amigo ama en todo tiempo (Proverbios 17, 17). Con estas palabras declara manifiestamente que la amistad es eterna si es verdadera, pues si dejara de existir nunca habría sido verdadera aunque lo pareciera.

(continuará...)

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