martes, 20 de septiembre de 2011

desde galilea

hola amigos. me presento. soy galilea. llevo el nombre de una lindísima y fecunda región. cuando, curiosamente, la geografía que más me va es la del desierto. ya sea desierto de arena, como el de egipto, cerca del delta del nilo:


 o de piedra, como el del sinaí, también en egipto, más hacia el oriente:


hace poco, tuve la enorme dicha de experimentar personalmente, la soledad del desierto. fue en jordania, en el desierto de wadi rum, a 80 km de áqaba (ciudad a orillas del mar rojo).
ahí descubrí, entre otras cosas, que la que es rojiza es la arena, no las aguas del mar, que son increíblemente transparentes. de una belleza impresionante.
al desierto me llevó un beduino en una especie de camioneta 4 x 4.digo especie de 4 x 4 porque estaba tan destartalada que con suerte sería 1 x 4. de todos modos, cumplía con creces su función, que consistía en internarme a mí en el desierto.
aquí está el beduino alistando la máquina:


y en el desierto me dejó, absolutamente sola. en realidad, no tan sola sino en compañía de mi mochila, que a su vez contenía un pañuelo blanco, para protegerme del sol, mi máquina de fotos, y 3/4 botellita de agua. 3/4 porque antes de salir me había tomado el 1/4 que faltaba. parece una pavada, pero estar sola en medio del desierto con sólo 3/4 de botella de agua y no una botella entera, me hizo sentir bastante miedo. pero no pude hacer nada! porque obviamente, en el desierto no hay quiosco, ni super, ni siquiera oasis. así que así me quedé, con mi miedo adentro mío.

aquí se ve mi mochila azul, único ser "vivo" en cuadras y cuadras a la redonda...


quedamos en que me buscarían al anochecer. así que, después de caminar un rato, elegí un lugar para quedarme. a la sombra!
desde lejos había elegido el lugar, pero unas manchas en la piedra daban la impresión de que había una persona de costado. me fui acercando despacito, algo temerosa, hasta que comprobé que eran simplemente manchas en la roca. de verdad no había nadie, nadie.
y me senté. y me dispuse a percibir la experiencia. simplemente sentir con mis sentidos físicos, vista, oído, tacto, olfato, gusto. nada más. y obviamente, los pensamientos se disparaban y me distraía. entonces volvía a la percepción. y me volvía a distraer. y volvía a empezar a percibir. y me distraía. y percibía. distraía. percibía.
y las moscas hacían lo suyo. bl, bl, bl, bl... o no sé cómo era el sonido. sólo recuerdo que era tan intenso, que me pareció que las moscas hablaban en árabe! tanto ruido hacían, ininteligible!
y percibía. y me distraía.
y hacía tanto calor, que me acuerdo que me saqué el reloj, para ver si algo menos de ropa (1/2 gramo!) me refrescaba un poco.
y las moscas me enloquecían. entonces, agarré el pañuelo blanco y me tapé la cara, para que no me jorobaran más. porque ya no me las bancaba:


y cada tanto, tomaba un poquito de agua. y calculaba cuánto, para que me durara hasta la noche.
y percibía, y me distraía.
la soledad y el silencio continuamente me invitaban a la oración.
pero yo no quería rezar. sólo quería percibir.
así que luchaba entre esas todas esas cosas: el calor, la sed, las moscas, su zumbido, las distracciones y la tendencia a la oración cuando yo no quería rezar sino sólo percibir la soledad y el desierto.
y luché y luché.
y luché un poquito más también.
y me rendí. porque finalmente no pude más y me abandoné a la oración.
y me quedé en oración, como si estuviera en mi retiro anual: ratos de media hora en oración y después un corte. tomaba agua, o miraba la hora. y volvía a rezar.
y lo que más fuerte sentí en esta experiencia, es que allí, en el desierto, en total soledad y silencio, estaba en casa.
otro día sigo. ya hablé mucho por hoy!

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